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Ellos robaron la picha de hitler


Resistiendo en la serie Z

Con motivo del estreno de El rumor de la arena (Jesús Prieto y Daniel Iriate, 2006) hablábamos sobre la vital importancia que juega una virtud como la pasión, cuando alguien quiere hacer cine. Especialmente, si se carece de medios económicos. Con intenciones y contenidos radicalmente diferentes, Ellos robaron la picha de Hitler es otro ejemplo de que basta mucho empeño y dedicación para hacer una película.

La serie B ha representado durante años la máxima expresión de libertad creativa, acompañada de escasez de medios. El mitificado Ed Wood se ha convertido recientemente en el gurú de ese cine hecho con poco dinero (y poco talento). Para definir su cine, incluso, se acuñó la expresión de "serie Z". Hacer una película se convierte en una cuestión de atrevimiento y amor por el cine. Ahí se encuentra la verdadera democratización del cine. La diferencia se encuentra entre el que se queda sentado cómodamente en su sillón, y el que tiene el valor suficiente para ponerse tras las cámaras.

En España, hablar de serie B (o Z) es hablar, inevitablemente, de Jesús Franco. No es casualidad que el mítico director madrileño tenga un pequeño papel en este filme. Ahora que está en el ocaso de su carrera, no se divisan en el horizonte a muchos que puedan tomar el relevo. Pedro Temboury ya demostró con su ópera prima (Karate a muerte en Torremolinos) que está dispuesto a ello. Su delirante segundo largometraje, así lo ratifica.

Las referencias son innumerables. De Tarantino a Russ Meyer, desde El jovencito Frankenstein (Mel Brooks, 1974) hasta las series tipo Misión Imposible. El director malagueño hace su cine sin complejos, copiando, parodiando, y mezclando sin pudor. Cine libre y desatado, que sólo pretende divertir. Aunque, quizás, haya divertido más a los que la hicieron que a los que vayan a verla.
Porque, tampoco nos vamos a engañar, la película no resulta ni la mitad de divertida de lo que se pretende. Se echa en falta más sangre, se echa de menos más sexo, y se queda corto en imaginación. En definitiva, falta más carne en el asador. Y, desde luego, sobra mucha escatología y cansa el uso, tan excesivo como pueril, de los chistes de pedos. Uno de los mejores gags visuales (la vaca convertida en obra de arte) queda destrozado por el uso y abuso de ventosidades. Ahí es donde Temboury pierde su batalla.

La explotación de chistes sin gracia, y el desaprovechamiento de los atractivos personajes femeninos, son los dos grandes lastres que arrastra el filme. Ya se cuenta, de partida, con una trama demencial, con unas interpretaciones paupérrimas (aunque Manuel Gancedo hace un gran trabajo), con unos efectos de traca, y con un acabado técnico nefasto. Todo ello encaja dentro de las claves del género. Pero todo eso se puede hacer con más o menos gracia.

Se agradece, claro que sí, el atrevimiento y el descaro. Lo que resulta preocupante es que Temboury sea uno de los pocos kamikazes cineastas que queden por España. El cine necesita estos productos marginales, a esta gente fuera de la industria que no sigue ninguna moda establecida. No van a reventar taquillas, ni arrasarán en los Goya, ni harán que la crítica francesa se rinda ante ellos. Pero siempre representarán una de las esencias del séptimo arte: el cine como vocación, y como forma de vida. No olvidemos cómo fueron las primeras películas de, por poner un ejemplo, Pedro Almodóvar. Así, lo mejor que podemos decir de Ellos robaron la picha de Hitler es que existe, lo cual no es poco.

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